articulos

El término snippets (trozos, retazos, partes o muestras) es la forma que Donald Winnicott usa para nombrar el material fragmentario que sirve sucintamente para subrayar un concepto teórico o para ilustrar una experiencia clínica. Un snippet implica una capacidad de jugar o de habitar un espacio potencial afín a lo onírico y lo lúdico sin miedo a enloquecer o a fallar. Son las viñetas de los historiales clínicos, los apuntes para la enseñanza, los bocetos para nuevas ideas, las anotaciones para fijar pensamientos, o similares propuestas. En ocasiones es un material utilizado y en otras desechado. En todo caso cada snippet ofrece una contribución personal más allá de su intención, propósito o finalidad. 

Esta sección es una invitación al lector a ocupar un espacio de intercambio de ideas. La propuesta de escribir snippets –a modo de las manchas vigorosas de los borrones de Francisco de Goya– plantea una modalidad de escritura caracterizada por la posibilidad de plasmar creativamente un texto ubicado entre el boceto y la obra acabada (que nunca lo está), sin necesidad de establecerlo como cerrado o definitivo; un texto que permite ser penetrado por otras intervenciones que lo nutren y enriquecen y que sirve de punto de partida para otras aportaciones o, simplemente, para segregar un estímulo creativo y lúdico tras su lectura.

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La depresión en Castilla del Pino

[Miguel Ferrández Payo, LA DEPRESIÓN EN CASTILLA DEL PINO: aportaciones y ecos autobiográficos, Madrid: Cultivalibros 2012: Serie Autor n.º 158]

Siguiendo la amable invitación del Dr. Lacruz, buscaré describir la génesis y temática del libro que acabo de publicar acerca de Castilla del Pino (1922-2009). Nacido en San Roque (Cádiz) se formó al lado de López Ibor, detentador, desde el ala donjuanista del régimen, del aura avanzada de la psiquiatría en relación a Vallejo Nágera, antiguo jefe de los servicios psiquiátricos de la zona nacional franquista. Sintiéndose preterido en su promoción a cátedras se enfrentó con su maestro y a resultas fue ignorado partir de 1960 por la psiquiatría oficial, ya a su mando. No se amilanó y desde la dirección de un modesto dispensario de Córdoba siguió intentándolo infructuosamente. Bajo la expectación generada y a hombros de la izquierda consiguió con su primer libro Un estudio sobre la depresión (1966) trasladar a un público progresista y culturalmente avanzado de nuestro país el mensaje de que los mecanismos psicológicos implicados en la depresión podían ser comprensibles fuera del sustrato neuroquímico subyacente que enfocó hacia la culpa aportando profusión de interesantes casos clínicos. Personalmente lo leí en el 2º curso de Medicina, definió mi vocación y me guié por sus orientaciones referenciales que criticaban una psiquiatría anclada en el diagnóstico que calificaba de vieja pero que no desdeñaba en favor de otra nueva apoyada en la dinámica de las relaciones interpersonales y sustentada en la fenomenología existencial y el psicoanálisis al que achacaba descuidar la realidad situacional del paciente. Otros compañeros –desde nuestra ciudad el Dr. Lacruz– marcharon a trabajar altruistamente en su dispensario en pos de recibir su generosa enseñanza, para entonces impartida desde el marco universitario.

Próximos al medio siglo de la rutilante aparición estelar del primer libro del destacado psiquiatra andaluz, enseñanza escrita a través de sucesivas reediciones para tantos psiquiatras hispanohablantes, presento el mío. En él efectúo una revisión crítica de su posición frente a la depresión centrada en su primer libro monográfico. En una primera parte la expongo y en una segunda la discuto con todo el respeto que me merece su desmedida amplitud de conocimientos pero con el arrojo del que también cree haber profundizado en su dinámica. Encuentro que el autor presenta un modelo médico psicodinámico coherente y una vez extraídas unas conclusiones pasó a discutirlo para acabar proponiendo un conjunto de sus aportaciones al citado trastorno. Finalmente, ya en el epílogo, concuerdo con la importancia central asignada al factor culpa pero discrepo con que sea consecuencia de la libre transgresión del proyecto existencial sino en línea con Abraham y Jacobson, indicadora de una agresividad proyectada que habría obstruido la consumación de un proceso de duelo.

En los inicios de su fecunda vejez, reconocido Castilla del Pino como catedrático honorífico e intelectual sujeto a distinciones, en ciernes su admisión en la Real Academia Española, decidió que debía ofrecer testimonio de una infancia provista de vívidos sucesos antes y al comienzo de la guerra civil que le marcaron indeleblemente, de sus andanzas en la postguerra, su llegada a Madrid y el estudio de una carrera de medicina vocacionalmente elegida y su definitiva partida para desempeñarse en Córdoba, teñida de amargura y con sabor a destierro. Pretérito imperfecto, galardonada con el premio Comillas (1996) fue calificada por el escritor Muñoz Molina uno de las mejores libros de recuerdos aparecidos en mucho tiempo en España. Tiempo después Casa del Olivo (2004) respondía al sentimiento escrupuloso de dar obligada cuenta en un segundo tomo de memorias de una vida familiar impregnada de hechos dolorosos: cinco de sus 7 hijos murieron en situaciones que trascendieron a una desconcertada opinión pública.

Pretendiendo explicarme tan penoso desenlace vital intento adentrarme en su interesante personalidad, contradictoria como todas, ciñéndome al análisis exhaustivo de su autobiografía y sin el recurso a fuentes ajenas, desde una perspectiva de independencia de criterio facilitada por la lejanía y el desconocimiento directo del personaje y su entorno. Al igual que en la parte dedicada a la depresión, busco fidelizar su pensamiento y recuerdos por medio de la literalidad de su transcripción.

Al comienzo intento reconstruir cronológicamente su sendero vital a fin de facilitar al lector el acceso al sujeto autobiografíado que siempre busca contemplarse a sí mismo pero humanamente, de forma consciente o no, también ocultarse. Complemento la visión con la que ofreció en conversaciones, como las muy sugestivas con Caballé así como con sus dos novelas que me parecen responden a una necesidad compulsiva de confesión, fabulada. Conecto posibles culpa y depresión, sobrevenidas por posibles errores propios en su relación con López Ibor, con la dedicación al estudio teórico de la psicodinámica de las mismas. Todas sus cualidades de capacidad de estudio y concentración se enfocaron a conseguir un fin, la ansiada cátedra de la que sentía merecedor y al parecer lo demostró en público en diversas ocasiones con creces. Asombrosamente, sin descuido en su dedicación al tratamiento de una multitud ingente de pacientes, la lectura científica, la redacción de numerosas publicaciones, la formación de discípulos, los intereses artísticos, etc. deduzco que, a pesar de no haberse amilanado ante el ostracismo que se le impuso, la cátedra honorífica y su bella teorización acerca del triunfo y del fracaso, se sintió más cerca del segundo que del primero. Aduzco que su recalcitrante interés teórico tardío acerca de los sentimientos, como en huída del privilegio que concedió al lenguaje pudo haberse debido a una difícultad para domeñarlos sin racionalizarlos o intelectualizarlos, especialmente una recóndita soberbia que le hizo sufrir y contra lo cual hubo de luchar denodadamente desde su periodo escolar que pudo acabar en empecinamiento en alcanzar una meta coludida por el sistema imperante del momento con la consiguiente pérdida de objetivo (objeto) de deseo seguida de frustración.

Miguel Ferrández. Psiquiatra
12 de Septiembre de 2012

 

ORA ET LABORA

A veces la eutimia y sus bendiciones entienden de horarios. A desmano de la equitatividad emocional de cualquier teoría de la vida sana, cabe imaginar –lo juro- una mañana clara y profusa, inmune al diferente clima, ordenada en torno al asueto vigorizante de la cafeína y la conversación, poco más tarde solitud fértil en lecturas y ciertas dosis de naturalismo; en el corazón una cantera de visiones optimistas de cara al futuro, ese tan íntimo enemigo. Luego, consumadas la pitanza y la siesta, las primeras estribaciones de montañas no por conocidas extrañadas, donde el esfuerzo ha de doblarse si se quiere seguir viviendo el día. Por último, en la noche de la cual mil y una veces saben una lámpara y un balcón, la catatónica oscuridad del alma, el agosto de todos los sueños, la capitulación sin condiciones de la pluma en celo. Tal una de las ecuaciones de la antivida.

Creo que envidiamos la felicidad de quienes no quieren ser felices, sean éstos guerreros, marineros o salteadores de caminos. Creo que queremos el polvo, el sudor y el hierro de una vida cuyo estilo sea hijo de una consecuencia atroz. Principios de realidad donde acerarnos en el anonimato de los muertos por contar, en las esquelas donde nuestro nombre se diluya sin remordimiento como una lenta mancha de sangre. Hemos sido crueles, o aún peor, hemos sido desgraciados. Y eso está bien: no nos atribula la forma, sino la ausencia de función.

Es en busca de esta última que hay que volver a esa hora maldita, poblada por criaturas difíciles. Una nueva noche para el mismo cáliz de siempre. Hay en juego toda una mitología. Teoría ya antigua según la cual las más lujosas perlas se encuentran bajo ciertos extremos de la sensibilidad occidental. <<Le derangement des senses>>, esa mirada afectada de ictericia, ese germen de la flor venenosa.

<<Il faut etre absolumment moderne>>, predicaba hace tiempo un anómalo adolescente francés. Siglo y medio después, las palabras y las obras de ese tal Rimbaud suscitan ciertas divergencias. Rechazo de quienes han usufructado en exceso las diversas formas del equilibrio emocional. Aproximaciones diagonales de aquellos que han bebido para no ahogarse en el piélago de una u otra temporada en el Infierno.

Caben cobardías y tibiezas. Mi rima quiere ser despiadada, pero no añoro los senderos de la absenta y el hachís. Docto superviviente, vivo sin resignación mi desposorio con la neurolepsia. Así el final de toda una ascética, y el comienzo de nuevas preguntas: ¿necesita la inspiración del alma la necrosis del cuerpo?

A la espera del dictamen de los sabios vuelvo a esa nocturnidad donde se torna inasequible la palabra y su alevosía. La musa me rehúye con la misma perfidia que el unicornio, antaño tan entrevisto. La función ha muerto. Qué será pues de la forma.

Agustín Vidaller. Escritor
12 Junio de 2012

 

Las mil caras de la psiquiatría

Vamos a introducirnos en el tema de otras facetas atribuidas al psiquiatra más creativas y meno ortodoxas haciéndonos preguntas como si utilizáramos el método socrático pero sin atrevernos a contestarnos porque probablemente no podríamos. ¿Hemos perdido los psiquiatras la identidad?, ¿Sabemos cuales son nuestros límites?, ¿Qué se espera de nosotros?, ¿Habrá psiquiatras dentro de 20, 30 o 50 años o neurocientíficos?. ¿Desaparecerá el término psiquiatría?, ¿Qué hemos sido hasta ahora, acaso en cierto modo chamanes, buhoneros, predicadores, taumaturgos, vendedores de humo… en una sociedad que necesita enfermos irresponsables o culpables?

Lo cierto es que podemos ser clínicos, investigadores, docentes, evaluadores de incapacidades, peritos en procesos judiciales, y pertenecer a una o varias escuelas o corrientes, ¿pero también todo a la vez? Además, quizás se nos pida que seamos sociólogos, confesores que no damos la absolución, ni pedimos arrepentimiento, controladores sociales, politólogos y tertulianos de cualquier radio o televisión.

Por otra parte <<Hombre soy, y nada humano me es ajeno>> (Terencio, el personaje, Cremes en El enemigo de si mismo) y así vemos que desde los orígenes de la psiquiatría científica en Europa, centrándonos en la escuela psiquiátrica alemana de la segunda mitad del XIX florecen extrañas plantas dentro de la tendencia romántica del psicologismo, poetas románticos como el austríaco Ernst von Feuchtersleben decano de la Facultad de Medicina vienesa de quien procede el término psicosis o pintores románticos como el alemán Carl Gustav Carus precursor de la noción psicoanalítica del inconsciente o reputados ocultistas como Justinus Kerner conocido por ser el autor de <<la vidente de Prevost>>, un clásico del espiritismo, y también poeta y precursor e inspirador del test de Rorschach en su Klieksographien con sus poemas compuestos a esas <<figuras del Hades>> obtenidas plegando y comprimiendo una hoja de papel en la que se había vertido una gota de tinta.

Más cercanos en el tiempo y heterodoxo tenemos a John Edward Mack, psiquiatra norteamericano de la Harvard Medical School, Premio Pulitzer en 1977 por su estudio biográfico del oficial británico TE Lawrence, investigado por considerar dudosas el conjunto de sus especulaciones, tras publicar en 1994, su libro Secuestro: Encuentros Humanos con Alienígenas, que levantó ampollas entre sus colegas académicos.

Desde otra perspectiva degradante, la del controlador ideológico, se ha ejercido un abuso político de la psiquiatría en regímenes totalitarios. En la antigua URSS cuando una persona se oponía al régimen soviético estaba mentalmente enferma y psiquiatras como El Dr. Snezhnevsky utilizaban el diagnóstico de esquizofrenia indolente para internar a los disidentes.

En un contexto más actual, en países desarrollados, la psiquiatría tiende a adquirir una sofisticada complejidad tecnológica burocratizándose y su práctica está cambiando rápidamente, como en los Estados Unidos, dominada por grupos de hospitales y grandes corporaciones, pero la nueva eficiencia suele ir acompañada de una pérdida de intimidad en la relación entre médicos y pacientes. En USA la llamada crisis de identidad de la psiquiatría ha provocado que, durante el año pasado, sólo 4% de los licenciados en medicina eligiera la formación en psiquiatría. Lo llamativo de este desplome es que a los futuros psiquiatras norteamericanos poco o nada parece interesarles el trato directo y el cuidado de los enfermos mentales. Lo que los motiva es la investigación neurocientífica en laboratorios equipados con la más alta tecnología. Su objetivo es desvelar los meandros del cerebro mediante estudios bioquímicos, genéticos y de neuroimagen. Se trata de un quehacer psiquiátrico que toma una cierta distancia con los espacios clínicos tradicionales donde la relación médico-paciente es indispensable para mitigar el sufrimiento.

¿Es éste el futuro que nos aguarda? Espero que no sea así y si no siempre nos quedará el Art Brut, el arte primitivo, marginal, de los enfermos mentales, el arte de Ferdinand Cheval, Adolf Wölfli, Henry Darger o Alexandre Lobanov… para despertar nuestras conciencias.

Javier Ramón. Psiquiatra
4 de mayo de 2012

 

El Síndrome de Stendhal
Interrogantes sobre la patología de la belleza

El llamado Síndrome de Stendhal corresponde a un malestar por exceso de belleza, de goce estético. Una suerte de intoxicación por sobredosis de placer, de éxtasis tóxico. Este cuadro, más propio de la psicopatología de la vida cotidiana que de la clínica psiquiátrica –es decir, más vivencial que diagnóstico–, fue acuñado por la psiquiatra y psicoanalista italiana Graziela Magherini en 1979, a partir de las sensaciones experimentadas y descritas por Henri-Marie Beyle (Grenoble, 1783 – París, 1842), más conocido por el seudónimo de Stendhal. Este escritor francés del siglo XIX, autor entre otras obras de Rojo y negro y La cartuja de Parma, es uno de los creadores de la novela moderna, cuyo un ímpetu pasional le provoca una reacción romántica donde asocia el amor y la belleza. Escribe: <<Estoy enamorado de una estatua>>.

Stendhal, viajero impenitente, en su diario de viaje Roma, Florencia, Nápoles (1815), refleja sus impresiones viajeras estimuladas por los destellos del arte del Renacimiento. El impacto de encontrarse frente a la obra de Leonardo da Vinci, de Miguel Ángel, de Botticelli, de Giotto y de tantos otros, provoca en el escritor un eclipse emocional de dimensiones insospechadas. Tras su visita a la capital de la Toscana, Florencia, Stendhal queda seducido por la belleza del Duomo –la catedral de Santa María del Fiore–, del Palaquio Vechio, del Campanile… En la iglesia franciscana de la Santa Croce visita las tumbas de Miguel Ángel y Galileo, los frescos de Giotto y de Volteriano, queda impresionado ante tanta acumulación de belleza y goce artístico. Y nada más salir de la Santa Croce, al someterse al tránsito entre la vida y la muerte y al pasar de la oscuridad a la luz día, se siente turbado, preso de una conmoción que le obliga a sentarse y a tomar un tiempo para recuperarse de este estado emocional apasionado. De sus impresiones y vivencias, Stendhal escribe: <<Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las bellas artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme>>.

Magherini, en su libro El Síndrome de Stendhal, recolecta un conjunto de más de cien casos de aturdimiento emocional por exceso de belleza. Esta reacción psicosomática se caracteriza por una constelación de síntomas tales como taquicardia, ahogo, desorientación, inquietud, abatimiento o euforia, o confusión mental. Y se produce ante la contemplación de una gran obra de arte o un conjunto de ellas, una amplia exposición temporal ante las mismas, o de un determinado autor, normalmente por una persona extranjera. En suma, la saturación o la acumulación de belleza como fundamento de un malestar transitorio pero desequilibrante. El libro de Magherini da cuenta de un fenómeno ya descrito veinte años antes, pero que ella estudia, compila, nombra y fundamenta a partir de la propia vivencia personal de Stendhal.

En puridad, al someter el síndrome de Stendhal a una lectura desapasionada, al menos como mero preámbulo para decodificar su básica esencialidad, en tanto que su naturaleza se decanta por el costado de la idealización, cabe afirmar que esta romántica concepción de la belleza escapa a toda suerte de mirada contemporánea, puesto que ésta, a diferencia de aquella, es más cómplice con lo que Freud denominó dentro del dominio lo siniestro, el Unheimlich (aquello que nos es familiar pero que se siente como extraño), más allá de la propia belleza natural del objeto y de la carga emocional del sujeto de la vivencia. Las patologías mutan hacia su contemporaneidad, del mismo modo que este síndrome fundamentalmente se hace visible en la actualidad en relación a las teenagers y a los hooligans y sus correspondientes ídolos, cantantes o futbolistas. Si las catedrales dejaron paso a los museos en una mutación peculiar entre religión y arte, en tanto que el gran espacio arquitectónico ya no acoge a los creyentes sino a los individuos que cultivan su sensibilidad, no es menor el riesgo de que ambas manifestaciones queden súbitamente desplazadas por el ocio y el entretenimiento, a partir de las nuevas tipologías constructivas, esto es, de los nuevos espacios del entertainment –los llamados integrated resorts o complejos de ocio– como marcas de un nuevo modelo asociado: la cultura de la banalidad. La idealización de lo banal se abre paso en la actual fase del capitalismo salvaje en su <<bienestar por exceso de mediocridad>> a modo de contrapunto de la firme sinceridad expresada por Stendhal en su <<malestar por exceso de belleza>>. Frente al avance creciente de la sociedad de lo banal, tan sólo cabe oponer un espíritu crítico: donde lo importante de las preguntas no son las respuestas, sino la procura del conocimiento.

Javier Lacruz Navas
12 de marzo de 2012

 

Presentación de las obras completas de Carlos Castilla del Pino

Todo acto de habla es predicado del hablante

Carlos Castilla del Pino

A los dos años de la muerte del psiquiatra y humanista Carlos Castilla del Pino, fallecido el 15 de mayo de 2009, se publican sus Obras Completas compiladas en catorce volúmenes. Se cumple así el íntimo deseo del autor, cuya identidad estuvo orientada hacia la construcción de un corpus psiquiátrico personal, donde vida y obra constituyeron un todo indiviso. Castilla del Pino fue un hombre de su tiempo, identificado y comprometido no solo con los temas psiquiátricos sino también con los problemas sociales de su época: identificado con una psiquiatría científica, innovadora y de progreso desmantelada por la dictadura franquista y comprometido con una sociedad que reclamaba su principio basal democrático de <<igualdad, fraternidad y libertad>>. Su contribución, pionera y puntera por igual, es la de un intelectual cuya obra incide tanto sobre la patología psíquica como sobre el devenir de la vida cotidiana, esto es, una labor atenta a la salud y a la enfermedad. Sus estudios sobre la sexualidad, la mujer, la incomunicación, la depresion, la culpa, la hermenéutica del lenguaje, el masoquismo, la alucinación, el delirio, los celos, la muerte, entre otros muchos, dan buena cuenta de sus intereses vitales y profesionales del que sin duda es el referente más ilustre y preclaro de la psiquiatría española de la segunda mitad del siglo XX.

En el marco de la Jornada de Historia de la Psiquiatría: Homenaje a Castilla del Pino, celebrada el 19 de mayo de 2011 en Bilbao, se presentaron dos volúmenes de las obras completas: concretamente, los correspondientes a sus dos libros de Introducción a la Psiquiatría, de 1979 y 1980, publicados unos meses después de hacerse cargo –tras largos años de marginación de su anhelado ingreso en la Universidad– de la plaza de profesor de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de Córdoba. El acto, presentado por el profesor José Guimón, contó con dos disertaciones introductorias de su tarea psiquiátrica: una, La obra de Castilla del Pino en la psiquiatría española del siglo XX, dictada por la psiquiatra Eudoxia Gay; y otra, La recepción de la obra de Castilla del Pino en la psiquiatría española, a cargo del psiquiatra Guillermo Rendueles. Es oportuno, pues, dar cuenta de este acontecimiento tan saludable para la psiquiatría española de la memoria vigente de la obra de Carlos Castilla del Pino.

En adhesion a este homenaje permítaseme hacer el siguiente (y breve) recuento: los que tuvimos la oportunidad de vivir justamente aquellos años fecundos de renovación de la psiquiatría, de impregnarnos de la vitalidad intelectual y clínica del profesor Castilla del Pino, de su talante y rigor científico, podemos afirmar, sin ambages, que tuvimos un privilegio inmenso en nuestra etapa de formación cordobesa. Y en un doble registro: en el profesional, porque él enseñaba una psiquiatría que aunaba la formación clásica con la psicodinámica y que se nutría de innovadoras corrientes como la psicología social norteamericana (Georhe H. Mead especialmente), o como la teoría de la comunicación de la escuela de Palo Alto de California (justo cuando yo llegué al grupo de Castilla del Pino, en septiembre de 1979, se estaba trabajando en un seminario sobre el libro Teoría de la Comunicación Humana de Paul Watzlawick) y de otras disciplinas afines como la semiótica o el estructuralismo; en el personal, por su fuerte pregnancia intelectual y moral, por su talla de humanista (uno de los grandes y últimos de su tiempo, de lo que tuve constancia nada más conocerlo), por lo que, de modo insoslayable, era un espejo en el que uno se identificaba plenamente. Y eso era así, al menos en mi caso, porque uno no tenía que adherirse incondicionalmente a lo que decía o hacía, sino que lo que te impregnaba era su forma de recorrer las diversas disciplinas, su modo de transitar el conocimiento, sin dogmatismos de escuela ni clausuras teóricas. En este sentido siempre lo recordaré como lo que considero el máximo elogio posible para quien ejerce de profesor, para quien asume la noble condición de docente: ser un señalador de caminos. Y es por ello que Castilla del Pino fue, para mí, un verdadero maestro.

Javier Lacruz Navas
20 de mayo de 2011

 

“5 - ESPECULANDO SOBRE LAS CREENCIAS RELIGIOSAS DE WINNICOTT Y SU RELACION CON LA POSICIÓN DEPRESIVA, LA CULPA Y LA PREOCUPACIÓN

En este punto resulta de interés examinar las creencias religiosas de Winnicott. Su familia se definía como metodista wesleyliana y él compartió dichas creencias hasta su época universitaria, hecho que sin duda lo marcó.

Rastreando datos sobre el protestantismo encontré que el metodismo fue fundado alrededor de 1730 por Wesley, con disidentes del anglicanismo, religión oficial del Reino Unido hasta hoy. Wesley y sus adeptos consideraban que la religión anglicana se había aletargado. En su deseo de vivificar la prédica del Evangelio propusieron un tipo de vida metódica para encarar las actividades relacionadas con la fe: reuniones para leer la Biblia (regla suprema del culto) y para rezar entonando himnos y salmos, visita a enfermos y presos, alfabetización de niños pobres, recorridos de millas y millas a caballo evangelizando a las masas de trabajadores maltratados por la Revolución Industrial, en misas campales ya que se les prohibió acceder a las iglesias.

Wesley creía en la salvación por la fe y no por el ritual. Para adherir al metodismo sólo se requería haber tenido una experiencia personal de conversión. Si bien contó con la colaboración de ministros ordenados en forma regular, como él mismo, concedió un rol importante a los fieles laicos, tanto hombres como mujeres, quienes los domingos podían actuar como predicadores aunque el resto de la semana desempeñaran trabajos cualesquiera en sus comunidades.

Wesley fue un líder carismático de reconocida cultura y buen humor cuyas ideas cambiaron la vida de millones de personas en el mundo. Sus sermones eran rechazados por la religión oficial por demasiado entusiastas y sus seguidores eran calificados de “energúmenos” por ser excesivamente alegres, activos y autónomos.

Desde el punto de vista teológico se alineaban con la doctrina arminiana que tuvo una profunda influencia humanista tanto en lo moral como en lo teológico al punto que sus defensores fueron llamados <<padres de la tolerancia>>. Discrepaban con el calvinismo que sostenía la doctrina de la predestinación según la cual Dios, por su sola complacencia, elegía a ciertos hombres para vivir en la gloria eterna. Esta decisión absoluta, arbitraria e inamovible de Dios destinaba al resto de la humanidad a pecar y por tanto al infierno postulando pues la depravación del hombre por el pecado original.

Muchas cartas de Winnicott a sus contemporáneos pueden hacer pensar que la teoría y la técnica kleinianas, tal como se aplicaban en aquel momento, participaban del pesimismo calvinista en cuanto a la naturaleza humana. Cuando un paciente se mostraba envidioso o destructivo se le destacaban dichas características. Cuando se mostraba constructivo o generoso se interpretaba que detrás de su intento reparatorio estaba su agresividad innata no quedándole otra alternativa que sentirse malo...o malo. Todo esto debido a un estilo interpretativo que, aunque hoy en desuso, en su época pudo resultar muy culpabilizante aún sin proponérselo. La preocupación por el otro implica una concepción del hombre más benevolente que la de la mera culpa. Winnicott propone como base de la cura <<la toma de conciencia de la destructividad... (que) posibilita la actividad constructiva...>> (1) y viceversa ya que considera que las experiencias constructivas y creativas, reconocidas y aceptadas por la madre, el analista o cualquier otro significativo, condicionan el acceso a la experiencia de destructividad.

Dice Winnicott: <<En el rol de cuidadores-curadores no somos moralistas. En nada beneficiamos a un paciente si decimos que su maldad le hizo enfermar>> (2). Filosofía del hombre bueno-malo... o malo-bueno… como gustéis.

Notas
(1) Winnicott, D. W.: El hogar, nuestro punto de partida. Paidós, Buenos Aires, 1993, p. 102.
(2) Ibid., p. 145.

Adriana Anfusso. Psicóloga
11 de enero de 2011

 

Es importante el disfraz. Lejos del gesto espontáneo de Winnicott, abundan en ciertos renglones torcidos los sofistas de la pose, los soflamadores de lo mefistofélico, los artesanos fabricantes de candentes corazas emocionales. Y tales hechiceros conocen una audiencia porque nos prodigamos los que de nuestra debilidad pretendemos extraer un travestido sentido de lo heroico o de lo estilizante, medallas ganadas no sé si frente a molinos o frente a gigantes.

Historias de mera supervivencia emocional, adornadas de rictus mortuorios por repetitivos, abundan en las calles de nuestro paisaje brutal, sin duda más que entre la primigenia banda de cazadores-recolectores. En ésta última, será difícil hallar cualquier reminiscencia gestual que nos retrotraiga a nuestra manera tan televisiva de entender el tic. Pues fue allí, en lo primitivo, donde, como en la ciudadela de Saint -Exupery, <<todos los pasos tenían un sentido>>. Egregio estado éste, que Mircea Eliade visita para deslindar, en la actuación individual, lo estrictamente mímico de lo paradigmático, lo aprendido en la sala cinematográfica que es la cultura moderna de lo entendido como sagrado y cultual: la repetición cabal de un acto cuyo guión fue fundado por el héroe mítico, edificador de cultura. Cualquier sospecha de similitud entre ambas aproximaciones queda en suspenso si sabemos entender, en lo parecido, la diferencia cualitativa del aspecto emotivo. Los héroes de la publicidad pueden originar una apariencia. Los verdaderos mitos crean una experiencia.

Quizá los profesionales modernos del alma, psiquiatras o sicólogos, nos hablen de búsquedas adolescentes de identidad y de interiorización madura de patrones culturales. Qué nos aclaran con eso dentro de un paisaje basado en la prolongación mental de la pus facial. Hacer del consumismo el más cívico de los deberes personales para con la tiniebla capitalista tiene ese coste. Tarde o temprano, encontraremos la compleción del ardid en el hecho omnipresente del disfraz. Y los neuróticos, como anteladores, podremos fundar nuestra cátedra.

Sería una primera lección ésa que nos hablara de la oportuna gestión de la inminente necrosis. El corsé a perpetuidad no alberga ventanas con que ventilar melancolías, humores y bilis, de ahí que el problema del estercolero interior sea insoslayable, y que hozar en él pueda desembocar en una mecánica biyectiva que incremente la podredumbre generalizada. La razón del estercolero es su potencialidad fertilizante, no el aroma en el que algunos se han ahogado. Busquemos pues en él, como extraños recolectores de perlas, la posibilidad de ese diamante abonado que nos diga humanamente el porqué, por mucho que no alivie en exceso el cómo. En tal lotería está nuestra redención.

Agustín Vidaller. Escritor
29 diciembre de 2010

 

Psicología del miedo

El hipotálamo es una parte del cerebro situada en la intersección de una línea que une los dos orificios auditivos con otra que iría de la punta de la nariz al la nuca es decir en la base del cerebro. El hipotálamo es responsable, entre otras cosas, de la regulación de los impulsos y los instintos: es decir el hambre, la sed, la respuesta al dolor, los niveles de placer, satisfacción sexual, euforia, ira, agresividad y miedo... El miedo, del latín <<metus>> es una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. Todas estas respuestas mediadas por hormonas no son muy diferentes a la de cualquier mascota que comparta nuestra vida. Sin embargo, el cerebro del “homo sapiens” es mucho más complejo y rico. El cortex prefrontal, es la parte del lóbulo frontal que se encuentra en la frente justo encima de los ojos. Gracias a el podemos pensar, reflexionar, utilizar los datos de la memoria y de la experiencia, pensar sobre el futuro, hacer planes y realizar acciones. Mantener un equilibro entre instintos y emociones por un lado y razón, sensatez, responsabilidad por otro es lo que nos distingue de los demás animales. En una sociedad consumista rica las necesidades naturales son limitadas y están cubiertas. Lo que prevalece entonces son las necesidades artificiales y facultativas que resultan ilimitadas. La gente consume bienes artificiales para sentirse mejor y situarse por encima de los demás. El problema es que los bienes se llegan a consumir de forma irracional por encima de las verdaderas posibilidades económicas. Por otra parte las relaciones se tornan más competitivas que amistosas y colaboracionistas. Hay un preocupante descenso de la comunicación interpersonal pese haber aumentado las posibilidades de comunicación virtual. Gran parte de la comunicación la ocupa la propaganda política y la comercial dejando escaso margen a la información veraz y el análisis sereno.

¿Quien induce el miedo en nuestra sociedad? Cualquiera que utilice su cortex prefrontal y observe la realidad de su entorno sospechará que detrás de esos miedos sociales se encuentre los políticos mas sensibles a grandes intereses, medios de comunicación cautivos, parte de la industria del entretenimiento que inunda el mercado de producciones sobre extraterrestres agresivos, amenazas ficticias, epidemias mortíferas, zombis, terroristas, asesinos en serie, psicópatas etc. Los intereses especiales a menudo salpicados de corrupción, especulación y codicia sin límites son los más interesados en promover una sociedad asustadiza y miedosa, una sociedad acrítica y crédula, una sociedad adormecida sin espíritu critico, sometida a los dogmas, las consignas y el pensamiento único. El miedo justifica mantener elevado el gasto militar, la seguridad privada, más gastos en fármacos para epidemias y enfermedades reales o ficticias, no avanzar en leyes que protegen la salud pública, etc.. Apelar a los más bajos instintos hipotalámicos: consumismo compulsivo, hedonismo desmedido, xenofobia, adicciones a drogas, es propio de los más obscenos, irresponsables e insensatos intereses. En el individuo el miedo paraliza, inhibe, da inseguridad, baja autoestima, altera y deprime el estado de ánimo. El miedo restringe la libertad y la autonomía personal, la confianza la fe en uno mismo y en realidad debilita al ser humano. Combatirlo puede requerir algo mas que buscar en el propio pasado y quizás sea necesario dar algo más que una mirada al entorno.

Jerónimo García. Médico de Atención Primaria
22 de diciembre de 2010





...Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. miles de niños. y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. sólo yo. estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él.

El guardián entre el Centeno. J. D. Salinger

La clínica winnicottiana nos invita a jugar en el análisis, al jugar, como dejó escrito en "Reality and Playing" Donald Woods Winnicott.

Este autor aporta, como otros una mirada distinta al psicoanálisis, la psicoterapia, la psicoterapia psicoanalítica y la psiquiatría dinámica.

Para este autor, según lo que yo he podido entender hasta el momento, y hay que matizar que he leído con cariño y devoción sus obras y los trabajos que sobre él se han realizado excepto alguno que añoro leer, ofrece posibilidades y enfoques distintos del tratamiento analítico, recuerdo siempre con cariño una biografía breve que leí sobre él en el que le situaban como un psicoanalista humanista.

Siempre me ha gustado fundir esos dos términos, la actitud humanista y el encuadre analítico donde rige la asociación libre, la abstinencia, la neutralidad y para DWW "el jugar".

He disfrutado mucho de la creación del "Vocabulario Esencial", de los libros de Painceira, Nemirovsky, Levine, de la página de la Casa de Winnicott, de las reuniones entre colegas para articular la clínica y "el jugar", entre el arte y el psicoanálisis, disciplinas que al decir de Unamuno estaban unidas: "Hasta el diagnóstico es ciencia, luego es arte", refiriéndose a las profesiones sanitarias. Y bien, Winnicott jugaba con su mujer Clare Britton, le gustaba sentarse en el suelo con sus pacientes pediátricos, le gustaba tocar el piano después de la jornada y escribir algún verso cuando era niño y necesitaba sublimar la tristeza que sentía al ver a su madre deprimida.

Winnicott no tuvo una vida fácil, por eso tal vez escogió la rama del psicoanálisis, hay que decir que como pediatra fue excelente, centrándose en las carácterísticas psicológicas, como un compañero médico-psicoanalista que en Jaraba atiende a sus "pacientes" durante 15 minutos y refleja un entusiasmo que contagia, un señor que también es músico, un artista de vocación y un señor muy lúdico y centrado.

Winnicott está dando pie a otra forma de acercamiento a la clínica. Como los humanistas americanos de los 60 y antes... Él se fija en actualizar los potenciales de salud, en la vida creativa, en el ensueño y la vida creativa, en la maravillosa sensación que se despliega el crear.

Hacía poco leía algo que me hacía reflexionar, era algo así: "la enfermedad no produce creatividad, es la creatividad mal dirigida lo que produce la enfermedad". Es un cambio de mirada interesante porque la persona enferma tiene un potencial silencioso o "sombra" en la jerga de Jung, que no ha sido descubierto, encontrar ese camino produce una expansión, una liberación y un encuentro con el self que produce una sensación de plenitud oceánica. Es el encuentro con el fluir, tal y como lo llaman ahora algunas escuelas.

Al hilo de esto hay que decir que Winnicott dejó su legado para seguir produciendo, investigando y creando en torno a su obra y a partir de su obra, para crear lo dado y para crear a partir de lo dado, para avanzar, crecer y adaptarse a las necesidades del paciente y a los nuevos tiempos.

Adaptarse al paciente como los "pedidos a demanda" y a las necesidades del zetgeist con la urgencia, prisas y crisis socioeconómica.

Debo releer a Winnicott, a Freud, a Piera y tantos otros que el tiempo me falta, el trabajo me pide exigencias, un continuo "reciclaje", continuas nuevas miradas, un cambio de perspectiva con cada paciente, introducirme en su mundo y ver desde sus zapatos, encarnando su piel para poder sufrir lo que él sufre y poder sentir lo que él o ella siente. Desde la distancia terapéutica que nunca debe ser excesiva a mi juicio. La cercanía es una virtud que ha sido diezmada por el psicoanálisis clásico, cuando Freud repudiaba el contacto con sus pacientes en sus consejos al médico para que sus pacientes no se enamoraran de él. Es el problema del "amor de transferencia". Sin embargo hay una gama de color muy amplia y un poco de cercanía es el momento donde podemos conectar ese paciente y yo. Cada paciente trae un espacio protegido y privativo que se irá estrechando a medida que la confianza crezca, pero este será el primer trabajo, al decir de Winnicott, "llevarlo a un espacio de juego es el primer paso de la psicoterapia".

Para Winnicott la diferencia entre la psicoterapia y el psicoanálisis se basa en la transferencia, si se analiza la transferencia, tal y como hizo con la niña Piggle, aunque se le vea cada mes o dos meses, eso es psicoanálisis, aunque esté en contra de los postulados ortodoxos.

Creo que hay que ampliar las miradas de esta escuela y hacerla menos dogmática, estamos lejos del círculo cerrado donde se fundaron las tesis del psicoanálisis.

Winnicott no necesita seguidores ni "continuistas" es un autor que invita a trabajar con rigor, seriedad dentro de un espacio transicional o intermedio donde se pueda entralazar los productos de la fantasía en lo que Janine Puget e Isidoro Berenstein han llamado Psicoanálisis Vincular.

Es un promotor de la Intersubjetividad y de otra forma de trabajo analítico con niños. Él en cierto modo fue un "revolucionario" y lo pagó caro en la sociedad que acabó presidiendo y donde recabó fondos entre analistas para erigir un busto de Freud en Londres, cerca de su despacho.

Y eso que no era excesivamente freudiano, pero no se olvidaba de cómo influyó en su despertar y su curiosidad por el psicoanálisis.

Como indica el lugar desde donde escribo "El gesto espontáneo", esto es un fragmento o una carta que aunque su ubicación sea "Snippets", ha despertado de mi interés y mi estilo por la asociación libre, la autenticidad y escribir para disfrutar y comunicarme con otros que aman la lectura y el psicoanálisis.

Tal y como hizo Winnicott en ese libro maravilloso recapitulado por Rodman y que es un vestigio de la brillantez de quien nos invita al jugar. Así lo he respetado.

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo
10 de diciembre de 2010




Hacer una inmersión en la teoría de Viktor E. Frankl consiste en descubrir que la dimensión más trascendental del hombre, su sentido de lo religioso y con ello de la totalidad de su mundo tiene cabida en una terapia analítica. La logoterapia, término acuñado en 1926, pone de relieve una psicoterapia que lógicamente pretende curar conflictos e intervenir en las dificultades psíquicas, pero además se dirige a la dimensión espiritual del ser humano.

Frankl, en su trayectoria como clínico; médico-neurólogo-psiquiatra, observó en sus pacientes recursos espirituales que ayudaban a los seres humanos a poder salir adelante luchando en busca de una vida llena de sentido frente al sufrimiento, la culpa y la muerte. Tres estigmas que dificultan la capacidad de sentirse bien y en plenitud. En definitiva, busca la motivación por el sentido de la vida, la libertad y la dignidad sin olvidar la responsabilidad humana.

Desde sus principios terapéuticos, tanto la religión como la fe deben ser entendidas como un tema del ser humano en su autenticidad y no como una posición básica, pues opina que en la necesidad del hombre no tienen porqué operar procesos psíquicos sino inquietudes tocantes a lo espiritual. Es decir, el ser humano de Frankl además de constitución psíquica es también espiritualidad y personalidad, y toda inquietud espiritual puede proyectarse en procesos y mecanismos psíquicos, pues para el autor la religiosidad no es otra cosa que la expresión del ser humano en busca de sentido.

Partimos de la base que el ser humano, el hombre, está en continua búsqueda del sentido de su ser y su actuar por lo que interesa la inquietud del hombre religioso y no la de la religión en sí, de esta manera en la logoterapia el hombre es el que da la respuesta y en la religión el hombre es quien la recibe.

Desde esta perspectiva fe y ciencia y psicoterapia y teología son dos caminos que confluyen en una misma búsqueda de la verdad que impulsa al hombre al sentido.

En definitiva <<la logoterapia es un método abierto y precisamente esta apertura me permite considerar lo teológico como una dimensión que trasciende la dimensión antropológica y, por tanto, también la psicoterapia en cuanto tal>>. Ahí está la relación inclusiva.

Siempre la conciencia en cuanto órgano de sentido presenta una situación que demanda una exigencia y en este hecho de elegir actuar radica la tolerancia y por tanto la objetividad de la verdad y la relatividad en el sentido de veracidad. Es con lo que cada persona en su singularidad y en su situación única y concreta actúa bajo los valores preceptos y normas de una línea general de actuación pero con su propia conciencia y lectura del acontecimiento. En la logoterapia no hay verdades absolutas, hay pequeñas verdades.

Cuando uno busca su autorrealización, tiene un motivo que supera los prejuicios comunes y debe contar con lo que le rodea para llegar a la realización del sentido único a diferencia de universal. Cuando uno habla de Dios lo antropomorfiza, lo relativiza buscando ese sentido privado y tiende a la autotrascendencia que es la capacidad, fuerza, vocación con la que se supera a sí mismo cuando decide entregarse a otra persona o a una tarea, en definitiva es ir buscando el sentido, algo que no puede ser dado en abstracto sino encontrado.

Hay pues una reciprocidad que trata de optimizar cualquier aspecto, reconducir una situación desde el planteamiento realización o desesperación. Desde este punto Frankl afirma que una persona puede ser espiritual tanto en cuanto trasciende a sí mismo, es decir, cuando no se orienta a sí, sino hacia algo o alguien, hacia un tú.

En definitiva, cuando se tiene intencionalidad hacia lo objetivo es cuando se encuentra la responsabilidad y capacidad de respuesta, ahí también radica la irrepetibilidad de la persona y su posibilidad de cambiar su actitud, lo que encierra madurez y crecimiento personal.

Cristina Equiza. Psicóloga
15 de octubre de 2010

 

Louise Bourgeois, alive

La escultora Louise Bourgeois es la grande dame del arte. Su trabajo posee diversas características definitorias, siendo una de las más reseñables su carácter inclasificable. Su obra ha convivido con los ciclos de las vanguardias, atravesándolos sin contaminarse; a veces recibiendo su influjo y las más fecundándolos desde su impronta personal, de su fuste creativo. De ahí hasta obtener el reconocimiento merecido que muy pocos artistas alcanzan: de autora esencial.

Su condición femenina y su no adscripción a las modas y modos epocales le valieron el desdén crítico y el ostracismo, hasta rendir el mundo a sus pies por la ley de la evidencia poética. LB es una artista que amalgama como nadie el placer y el dolor, la ausencia y la presencia, la destrucción y la creación, así como otros pares antitéticos que se transforman en auténticos alegatos contra lo banal y necio, contra lo fútil y aburrido.

Hace escasamente unos tres años, la Tate Modern de Londres, el Centre Pompidou de París –muestra que tuve la fortuna de poder visitar– y otros centros de arte de Nueva York, Los Ángeles y Washington, celebraron una exposición retrospectiva de su trayectoria a modo de despedida. LB, fallecida recientemente, cerraba su ciclo vital a edad provecta, pero su obra sigue ahí, incombustible, como patrimonio indeleble del arte, como acervo de la cultura universal.

La profundidad de su mirada, de su rostro reflectante de sabiduría, la supo captar como nadie el fotógrafo Robert Mapplethorpe en un retrato del 82, donde su sonrisa pícara acentúa los surcos de su cara en justo equilibrio con Fillette, la escultura fálica que sostiene debajo del brazo en un gesto cómplice desde lo más sagrado del ser humano: el humor irreverente. Este retrato, sin duda, es el de la Gioconda del interfaz de estos dos siglos, el que establece la transicionalidad entre el XX y el XXI.

Esta nonagenaria nos hablaba y nos habla de soledades y duelos, de certezas y miedos, del arco de la histeria d’après Charcot, de fragmentos del cuerpo y de prótesis, en suma, de su propia biografía. Como punto de partida sitúa ciertas pinturas de casas, origen del hogar y de la violencia doméstica. Una obra paradójica que traza caminos en series como los janos, las cells (¿celdas o células?), las arañas, las mamelles… Sus realizaciones van soldadas a la piel de su mente y a los tejidos sensitivos que recubren su cuerpo. Muchos de sus seres son personajes sin nombre y sin anonimato: son rostros cosidos y recosidos, remendados, a modo de un patchwork torturado, rostros lacerados por un dolor sin límite. Seres cuya identidad se fija en los suburbios, en los galpones, en los manicomios. En suma, creaciones poderosas que atienden los adarmes del sufrimiento humano.

LB signó la doxa de su self unitario en un dibujo. En una de sus más sencillas y sensibles obras escribió a lápiz sobre papel rosa: <<Art is a guaranty of sanity>>. Un poema que sale al encuentro de otro bricoleur de identidades: de Donald Winnicott.

Javier Lacruz. Psiquiatra
           1 de octubre de 2010

 

Leer a Bowlby

Leer a Bowlby es leer otra forma de psicoanálisis, es leer una forma de ciencia que se apoya en la biología, como Freud recomendó hacer. Es aproximarse a los experimentos de la psicología experimental y a la etología de Konrad Lorenz y Tinbergen, entre otros.

Su foco de trabajo es el vínculo y la separación, el apego. Él estudia como el apego con la madre y describe varios tipos de apego, básicamente el seguro y el ansioso, son decisivos en la calidad del crecimiento del sujeto. Por tanto fundamenta su tesis en experimentos, cuestión un poco extraña en aquellos años 50 y 60, donde predominaba el psicoanálisis de Klein, Anna Freud y asomaba Lacan.

Su obra está cerca de Winnicott, ambos prestan atención al medio ambiente, a la función maternante y al papel que puede ejercer el sustituto de ésta. Refleja algún estudio en el que las separaciones prolongadas producían en años de seguimiento problemas caracteriales y psicosis. Winnicott elaboró gran parte de su obra en dar sentido a esta experiencia estadística y clínica a través de su triple trabajo como médico, pediatra y psicoanalista, una formación global que le permitió trabajar con la parte adulta del niño y con la parte niña del adulto.

Bowlby explica a través de ciertos experimentos de gran interés como reacciona el bebé que se ve separado de su madre durante un cierto tiempo, recordemos las palabras de Winnicott, cuando él dice que llegado un momento el bebé no puede recrear la imagen de seguridad de su madre y se produce un trauma, sobre ese trauma trabaja en su obra Bowlby. Esto tiene sentido dado que son dos autores del Grupo Intermedio, alimentados de la obra de Freud, Klein y Anna Freud pero con un pensamiento original, innovador y basado en su experiencia clínica según la cual se entendía que los primeros años de crecimiento eran vitales para la maduración emocional del sujeto y la profilaxis de enfermedades mentales.

Bowlby tiene mucho que decir, quizá ha calado más hondo en circuitos académicos por sustanciar su obra en base, muchas veces, a estudios experimentales. Esto le aproximó al auge del conductismo de aquella época y se le entendió como un profesional transicional entre el psicoanálisis ortodoxo y la psicología experimental.

Winnicott basó su trabajo en su dilatada experiencia clínica y en una originalidad y genio inagotables, con un carácter muy especial, lleno de viveza y frescura que le hizo adaptar la teoría a la demanda del paciente así como a las circunstancias familiares y geográficas de sus pacientes.

Ambos fueron psiquiatras de niños y adultos, ambos estudiaron el efecto del trauma en el bebé pero también los dos cambiaron cierta jerga psicoanalítica por una letra viva, por su propia voz, a través de un lenguaje más cercano y rico, distanciándose de lo que era dominante en la British Psychoanalytical Association. Por citar un ejemplo, Bowlby habla de persona amada o persona querida para referirse al objeto bueno del que se separa el bebé, Winnicott destronó la pulsión de muerte y otros conceptos como la posición depresiva acuñándola como preocupación (concern).

En ciencia, solemos encontrar este tipo de similitudes en campos cercanos cuando se arranca de una teoría firme y cuando, sobre todo, la observación clínica invita a reflexionar de un modo determinado. Estos dos genios de la psicología infantil construyeron y crearon un modo de acercarse al sufrimiento que ha quedado viva, para seguir pensando sobre ellos como un lenguaje abierto, dispuesto a seguir siendo modificado por la clínica de los nuevos tiempos.

          Rodrigo Córdoba. Psicólogo clínico
     17 de septiembre de 2010