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La evolución creadora de la naturaleza humana
La influencia de H. Bergson en D. Winnicott
Autor: Javier Lacruz, psiquiatra.
Mail: jlacruz@me.com
Fecha de publicación: 2011

 

 

La teoría del conocimiento y la teoría de la vida nos parecen inseparables la una de la otra.

La evolución creadora. Henri Bergson


Un ser humano es una muestra cronológica de la naturaleza humana.

La naturaleza humana. Donald Winnicott

Todo pensador abona sus ideas sobre el suelo fértil de sus precursores. En el caso de Donald Winnicott son esenciales Charles Darwin, Henri Bergson y Sigmund Freud, citados por el orden de aparición en su vida. El encuentro de Winnicott con la obra de cada uno de estos tres autores supone un momento de afianzamiento en su inclinación por la ciencia y de su decidida vocación hermenéutica de la naturaleza humana. Si Darwin le ayuda a comprender la importancia de la adaptación al medio para postular la adaptación activa del ambiente (la madre) a las necesidades del hijo, y Freud a desvelar la dinámica del inconsciente mediante la denominada por él psicología profunda, Bergson con la idea de evolución creadora contribuye a troquelar su planteamiento de que lo esencial de la naturaleza humana no deriva de los instintos sino de la creatividad personal, del gesto espontáneo de cada individuo. El mundo externo (Darwin), el mundo interno (Freud) y el vitalismo (Bergson) –y su noción de duración (continuidad de cambio)–, son la fuentes de inspiración del espacio transicional winnicottiano, esto es, del área de juego de la experiencia vital, de la vida.

La influencia de la obra del filósofo vitalista francés Henri Bergson sobre el pensamiento de Donald Winnicott –a caballo entre la de Charles Darwin y la de Sigmund Freud– es determinante y atraviesa la médula de su corpus teórico-clínico. Esta cifra sus albores cuando Winnicott en un momento determinado –durante la Primera Guerra Mundial– no puede recordar sus sueños y se interesa por el artículo <<El ensueño>> (1901) de Bergson, así como por los textos del pastor Óscar Pfister sobre Freud, como acicates para recuperar sus sueños. Poco o nada se sabe acerca de la causa de esta desvitalización onírica, pero por la respuesta cabe inferir que su interés por los sueños denota que considera de igual rango la vida despierta y la vida onírica. Una intuición todavía incipiente y rudimentaria, pero que fermenta en el alambique de su magín al descubrir más tarde La interpretación de los sueños (1900) de Sigmund Freud, cuyo dictum: <<El sueño es la vía regia de acceso al inconsciente>>, centra, en buena medida, el conjunto de su obra. Aunque Henri Bergson y Donald Winnicott operan desde modelos teóricos disímiles, el núcleo de su objeto de estudio es coincidente: la evolución creadora en Bergson y la naturaleza humana en Winnicott. Otra afinidad natural –y no de rango menor– es su común interés por la religión y la moral, asimismo claves en sus respectivos pensamientos.

En su juventud, Winnicott comienza a interesarse por diversos pensadores que, a la postre, dejan una huella indeleble en su pensamiento. En el internado de Leys de Cambridge conoce la obra del naturalista Charles Darwin que pronto asume como <<la horma de mi zapato>> (1). En esencia, la teoría de la evolución de las especies plantea que para sobrevivir las distintas especies deben adaptarse al medio en el que viven; pero Winnicott, en la década de los cuarenta, invierte la ecuación darwinniana al postular que el medio ambiente (la madre o persona sustituta) es el que debe adaptarse –en una adaptación activa– a las necesidades del bebé, como ambiente facilitador. Más tarde, con Freud, empieza a interesarse por los fenómenos internos del psiquismo humano, aunando su formación pediátrica con la psicoanalítica y asociando la técnica y la clínica que las sustenta. El encuentro entre el mundo externo, de la mano de Darwin, y del mundo interno, de la de Freud, converge con el vitalismo del filósofo francés Henri Bergson como tríada rectora del pensamiento de Winnicott. Bergson le inspira la idea de la vida y su noción de duración (continuidad de cambio) –prototipo del modelo basal winnicottiano: la paradoja– resulta decisivo en su obra, en tanto que orienta su teoría de los objetos y fenómenos transicionales y funda un nuevo espacio: la zona intermedia o espacio transicional.

Ciertamente, si la importancia de Darwin y Freud es primordial en el pensamiento de Winnicott, a su altura se encuentra la del filósofo Henri Bergson. Este es conocido como el adalid de la corriente denominada vitalismo, donde el élan vital (traducido al castellano como el impulso vital o la fuerza vital) y la creatividad juegan un papel determinante. Bergson es un autor bien conocido en Inglaterra, siendo notoria su influencia sobre el célebre psicólogo William James. En 1911 Bergson pronuncia dos conferencias en la Universidad de Oxford acerca de <<La percepción del cambio>> y otra en la Universidad de Birmingham sobre <<La conciencia y la vida>>. En esta última, comenta: <<La materia es inercia, geometría, necesidad. Pero con la vida aparece el movimiento imprevisible y libre. El ser viviente elige o tiende a elegir. Su papel es crear>> (2). Henri Bergson –a partir de la teoría de la evolución de Charles Darwin– estudia las diversas especies hasta establecer dos órdenes complementarios en el ser humano: la materialidad y la movilidad. El primero engloba el orden físico o material, y engendra el conocimiento. La segunda responde al orden existencial o vital y atiende al movimiento, a la evolución creadora del ser. De ello se deriva una consecuencia: <<Que nuestra inteligencia, en el sentido estrecho de la palabra, está destinado a asegurar la inserción perfecta de nuestro cuerpo en su medio, a representarse las relaciones de las cosas exteriores entre sí, en fin, a pensar la materia>> (3). Para este autor, la teoría del conocimiento y la teoría de la vida son indisociables. Considera que la metafísica es <<el medio de poseer absolutamente una realidad>>, lo que aproxima su obra a la psicología; algo que, a su vez, no escapa a la atención de Winnicott.

En toda la urdimbre teórica de Winnicott está latente la obra de Bergson, aunque no lo cita en su obra. En <<La creatividad y sus orígenes>> de Realidad y juego (1971), Winnicott alude a la determinante influencia de la filosofía en su pensamiento; y no solo de Henri Bergson, sino también de Martin Heidegger, Gabriel Marcel y otros filósofos. Dice: <<No cabe duda de que la actitud general de nuestra sociedad y el ambiente filosófico de la época contribuyen a este punto de vista, que sostenemos aquí y ahora. Quizás no lo habríamos afirmado en otra parte y otra época>> (4). El pensamiento de Bergson, cuyo vocabulario ofrece nociones tales como evolución creadora, élan vital, intuición, duración, incide de modo preferencial en conceptos de Winnicott tales como la creatividad, la vida, el arte, la continuidad del ser, la relación entre el cuerpo y la psique, la moral, el verdadero y el falso self, la salud, la libertad.

Para Bergson la prueba de vida del ser humano es la vida creativa (creative living): considera que la vida es invención. A su estela, Winnicott señala en su libro Realidad y juego (1971) que lo importante es estar vivo y sentirse real, lo que implica tener capacidad de jugar y de llevar una vida creativa. Unos años antes, en <<El concepto de individuo sano>> (1967), se plantea una pregunta decisiva: <<¿Cuál es la finalidad de la vida? No necesito conocer la respuesta, pero podemos convenir en que se relaciona más con el hecho de ser que con el sexo>> (5). Cuestión decisiva por cuanto privilegia lo creador sobre lo instintivo como eje esencial de la naturaleza humana, descentrando así el núcleo duro de la teoría psicoanalítica corriente. Para este autor, la secuencia procesual de la vida es la siguiente: en el origen de la existencia humana está la creatividad primaria, donde deviene el verdadero self, y de este su gesto espontáneo. La tarea del individuo humano, por tanto, consiste en dar valor –esto es, sentido y significado– a la propia vida: consiste en estar vivo o sentirse real. En consecuencia, la consigna de Donald Winnicott es que <<la vida merece la pena ser vivida>> (6).

Apunte biográfico

Henri Bergson nace el 13 de octubre de 1859 en Anteuil, cerca de París, Francia. Sus estudios de segunda enseñanza los hace en el Liceo Condorcet, donde obtiene las mejores calificaciones. Entre 1878-81 estudia en la École Normale Supérieur, donde se titula como agregado en Filosofía. Luego ejerce como profesor en los Liceos de Angers (1881), Clermont-Ferrand (1883-1885) –ciudad donde escribe su tesis doctoral titulada Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia– y Henri IV de París (1889-97). En 1897 es nombrado profesor de Filosofía de la École Normale Supérieur y, tres años después, catedrático de Filosofía del Collège de France. En 1914 es nombrado miembro de la Academia Francesa; y de 1921 a 1926 es presidente de la Comisión de Cooperación Intelectual de la Sociedad de Naciones. En 1927 recibe el premio Nobel de Literatura. Bergson fallece el 4 de enero de 1941 en su localidad natal, Anteuil.

Entre sus obras más destacadas se encuentran: Matière et mémoire (1896); Le rire (1899), un ensayo sobre el significado de lo cómico; Introduction à la metaphysique (1903); L’évolution créatrice (1907); L’energie spirituelle (1919) y Les deux sources de la morale et de la religión (1932), donde compendia sus ideas sobre moral y religión. Asimismo, escribe L’Intuition philosophique, una comunicación presentada en el Congreso de Filosofía de Bolonia en 1911. Y dicta numerosas conferencias, entre ellas: <<La perception du changement>>, en la Universidad de Oxford en mayo de 1911, y <<L’Ame et le corps>>, en París en 1912.

La concepción filosófica de Bergson –o más bien, la metafísica bergsoniana– tiene una fuerte pregnancia a comienzos del siglo XX, como corriente espiritualista o vitalista frente al positivismo racionalista imperante. Hacia la mitad del siglo XIX resurge un nuevo intelectualismo, enraizado en Descartes, donde ya no se habla de razón sino que se invoca a la Ciencia: la ciencia positiva. La reacción anti-intelectualista, que responde al nombre de romanticismo, afirma el sentimiento sobre el intelecto. En un frente común, los filósofos románticos –Hegel, Schelling, Fitche– muestran un acentuado carácter estético, y sobre este caldo de cultivo surge el pensamiento de Bergson. El primer punto de apoyo de sus ideas lo encuentra en el positivismo espiritualista de Lachelier y el análisis de Boutroux sobre la contingencia, para luego interesarse por las tesis de Spencer. Tras ellos, su obra se erige como un referente de nuevo cuño, donde la evolución creadora, la vida, la intuición, la materia, la memoria y el élan vital son algunos de los puntos clave de su pensamiento.

La filosofía de Bergson toma el testigo del espiritualismo para limitar el énfasis depositado en el intelecto y detener la dogmática del positivismo: de afianzar su dominio absoluto sobre la cultura humana y de paso negar la existencia a otras realidades, como la Filosofía, la Psicología y el Arte. Sobre la base de la intuición, Bergson auspicia la venerable labor de la metafísica, que propende al fin último, a la esencia de las cosas, al absoluto. Su filosofía, el nuevo espiritualismo denominado vitalismo, es una filosofía de la movilidad –de la dinámica psicológica– que atiende la continuidad del ser (continuity of being) humano. Sobre su trabajo Essai sur les donnés inmédiates de la conscience (1889), precursor de sus ideas matriciales, dice: <<Uno de los principales objetivos de este ensayo era en efecto mostrar que la vida psicológica no es ni unidad ni multiplicidad, que ella trasciende tanto lo mecánico como lo inteligente, no teniendo el mecanicismo y el finalismo sentido más que allí donde hay “multiplicidad distinta”, “espacialidad”, y por consecuencia ensamblaje de partes preexistentes: “duración real” significa a la vez continuidad indivisa y creación>> (7). Así, dice, nuestra personalidad se impulsa, crece, madura sin cesar. Lo nuevo se añade a lo anterior. Y aún va más lejos: no es solamente lo nuevo, sino lo imprevisible.

Para Bergson, la Psicología es inaprensible por la ciencia del cálculo y la medida, en tanto que la vida interior del alma participa de una movilidad continua. Para este autor, el órgano del conocimiento científico es la conciencia, mientras que su equivalente filosófico es la intuición. La inteligencia puede comprender lo visible, lo mesurable, en una palabra, el fenómeno; cabe decir: el exterior de las cosas. El intelecto apela a la materia, la intuición al espíritu. El conocimiento intuitivo se orienta hacia lo interno y, lo que es más importante, es vivido desde la propia experiencia interna. Como dice Manuel G. Morente: <<La intuición no puede ser intelectual, ni la inteligencia intuitiva>> (8). De ahí que la intuición sensible es incomunicable, solo puede ser vivida a través de la propia experiencia. Por ello Bergson recurre al método intuitivo. Y lo hace, fundamentalmente, en el problema de la libertad, el de las relaciones entre el alma y el cuerpo, y el de la vida.

Evolución creativa - naturaleza humana

El joven Winnicott, tras una creciente lectura –más intuitiva que sistematizada– de la obra de Darwin, Bergson y Freud, orienta sus intereses vitales hacia la Medicina; concretamente primero hacia la Pediatría y luego, asociado a esta, hacia el Psicoanálisis.

El estudio de la obra del filósofo vitalista francés inspira buena parte de su pensamiento –mientras Bergson se interesa por la evolución creadora, Winnicott lo hace por la naturaleza humana–, hasta el punto de que entre ambos son notorias algunas correspondencias fundamentales: élan vital y gesto espontáneo (9); duración y espacio transicional; la vida es invención y la vida es apercepción creadora; ser y verdadero self.

Cuando Bergson traza las Componendas para la presentación de su capital libro, escribe: <<La Evolución creadora nos acompaña desde hace tiempo. La sensación que siempre nos dio fue la de una auscultación no exenta de juego, que persigue la vida en su moviente discurrir, descubriendo sus articulaciones y más profundamente sus transiciones, y alumbrando las fuerzas de deformación que están en el fondo del maravilloso hecho vital-creador, así como persiguiendo el serpentear de una naturaleza monstruo. Auscultar que no apunta directo a un corazón (humano), o no solo, sino que se reparte en infinitas sinuosidades más o menos consistentes, más o menos conscientes, más o menos persistentes. Estetoscopio interno. Loco estetoscopio>> (10). Un texto que habla de la vida, del juego, de las transiciones, del hecho vital-creador, etc., y que bien podría presentar la autoría de Winnicott si no fuera porque está escrito en 1907, pero que, inequívocamente, sientan las bases de sus principales conceptos.

Por su parte, Winnicott, en su libro La naturaleza humana –cuyo primer manuscrito es de 1954, lo revisa en 1967, pero se publica póstumamente–, escribe: <<Al escoger un enfoque evolutivo para estudiar la naturaleza humana por ser el que puede servir de eje a estos distintos puntos de vista, espero poner en claro que, primero, a partir de una fusión primaria del individuo con el ambiente, emerge algo, la pretensión del individuo de ser capaz de estar en un mundo que lo desconoce; luego, el fortalecimiento del self como entidad, como una continuidad del ser, como un lugar en el cual y desde el cual (emerge) el self como unidad, como algo ligado al cuerpo y que depende del cuidado físico; luego el incipiente percatamiento (que ya implica la existencia de una mente) de la dependencia, así como de la confiabilidad de la madre y de su amor, que al bebé le llega como un cuidado físico y una íntima adaptación a su necesidad; luego la aceptación personal de las funciones y los instintos con su apogeo, del gradual reconocimiento de la madre como otro ser humano, y junto con esto el pasaje de la crueldad a la preocupación por el otro; luego un reconocimiento de un tercero y del amor complicado por el odio, y del conflicto emocional; todo esto enriquecido por la elaboración imaginativa de cada función y el crecimiento de la psique al par que el del cuerpo; asimismo, la especialización de la capacidad intelectual, que depende de la dotación cerebral; y, además, el gradual desarrollo de la independencia respecto de los factores ambientales, que a la larga lleva a la socialización>> (11).

Para Bergson, las nociones de ser –que denomina ser viviente– y de existir están ligadas de forma indeleble a la idea de <<continuidad de cambio>>, esto es, la conservación del pasado en el presente, o duración verdadera. En Dones inmédiates dice: <<La duración es lo que cambia por naturaleza>> (12). La fuerza vital impulsa el existir y este impulso de vida consiste en <<una exigencia de creación>>. Dice: <<Para un ser consciente, existir consiste en cambiar, cambiar en madurar, madurar en crearse indefinidamente a sí mismo>> (13). Más adelante, añade: <<Cuanto más fijamos la atención sobre esta continuidad de la vida, más vemos la evolución orgánica aproximarse a la de una conciencia, donde el pasado presiona contra el presente y hace brotar una forma nueva, inconmensurable con sus antecedentes>> (14).

Para Winnicott, el contrapunto de la vida es la no vida, no la muerte. Vida y muerte son partes constitutivas del proceso vital, pero lo que le interesa es si hay vida (creatividad, inquietud) o no vida (vacío existencial, aburrimiento). Muy en consonancia con Bergson, en la <<Carta a Michael Fordham>> del 24 de junio de 1965, Winnicott comenta: <<La dinámica debe concebirse en términos de un movimiento pendular. Incluso en la quietud existe un movimiento pendular en potencia, de modo tal que la quietud alterna, por así decir, entre su relatividad respecto de la derecha y respecto de la izquierda. Si no hay movimiento pendular, hay muerte>> (15). La idea de evolución creadora de Bergson ordena la teoría sobre la naturaleza humana de Winnicott que, en una torsión revolucionaria descentra la primacía del sexo –primordial en todas las escuelas de psicoanálisis– por la continuidad existencial, fundamento del existir, de la propia vida.

Élan vital - gesto espontáneo

Bergson plantea que el impulso originario, el élan vital, es la gran fuente de la vida. Aunque reconoce que este concepto no explica gran cosa, <<al menos tiene la ventaja de ser una especie de letrero puesto sobre nuestra ignorancia y que podrá recordárnosla llegado el caso>> (16). En su pensamiento toma como punto de partida el impulso o la fuerza vital consciente de que <<no hay ni finalidad puramente interna ni individualidad absolutamente zanjada en la naturaleza>> (17). Límites borrosos que hacen insoluble la respuesta a la pregunta acerca de dónde comienza y dónde termina el principio vital del individuo, y que guían su reflexión hacia la idea de la transición continua del ser y del existir, esto es, de la vida. Para este autor <<la vida, desde sus orígenes, es la continuación de un único y mismo impulso que se ha dividido entre líneas de evolución divergentes>> (18).

Henri Bergson atiende de forma preferencial las categorías de espacio y tiempo. Sobre la primera escribe: <<Los contornos distintos que atribuimos a un objeto, y que le confieren su individualidad, no son más que el esbozo de un cierto tipo de influencia que nosotros podríamos ejercer en un cierto punto del espacio: es el plano de nuestras acciones eventuales que es devuelto a nuestros ojos, como a través de un espejo, cuando percibimos las superficies y las aristas de las cosas>> (19). La segunda alude al tiempo. Lo asocia a la idea de evolución, de cambio, en suma, a todo lo que engloba movimiento y que en su lenguaje denomina duración (continuidad de cambio). Dice: <<Cuanto más profundicemos en la naturaleza del tiempo, más comprenderemos que duración significa invención, creación de formas, elaboración continua de lo absolutamente nuevo>> (el subrayado es nuestro) (20). No en vano considera que <<la duración real es la que muerde sobre las cosas y la que deja allí la huella de su diente. Si todo es en el tiempo, todo cambia interiormente, y la misma realidad concreta no se repite jamás. La repetición no es por tanto posible más que en abstracto…>> (el subrayado es nuestro). Y añade: <<Nosotros no pensamos el tiempo real. Pero lo vivimos, porque la vida desborda a la inteligencia>> (21).

Todas estas reflexiones las lee con inusitada atención el joven Winnicott en La evolución creadora (1907). El 15 de noviembre de 1919, siendo estudiante de Medicina, escribe una carta a su hermana Violet en la que le manifiesta su entusiasmo por el Psicoanálisis y, entre otras consideraciones, le dice: <<Ahora debo pasar de inmediato a los instintos [instincts]. No importa cuántos sean, de cualquier manera son las direcciones naturales en que debe viajar hacia el exterior ese algo a lo que llamamos la fuerza vital [life force]>> (22). Un párrafo donde –claramente deudor de la obra del filósofo vitalista francés– apunta de forma incipiente la orientación de su pensamiento teórico volcado a la consideración de la existencia de un punto de partida inicial: de un impulso vital (élan vital) inherente a la naturaleza humana.

Duración - espacio transicional

La noción de duración de Bergson se basa en una paradoja esencial: la continuidad de cambio. Y supone un prototipo desde el que se proyecta el pensamiento winnicottiano. La fórmula bergsoniana es que la vida es duración verdadera y que <<duración significa invención>>. Una transición continua que supone un avant la lettre del concepto de objeto transicional de Winnicott.

La noción del objeto transicional junto con la de fenómeno transicional, desarrolladas a partir de la década de los cincuenta, son las aportaciones más singulares y creativas del pensamiento de Donald Winnicott. A partir de la observación directa de los primeros objetos que usa el bebé, edifica la teoría del objeto y el espacio transicional. El objeto transicional designa la primera posesión: el objeto material (el pulgar, el chupete, un trozo de tela, un juguete, etc.) que el bebé destaca de entre otros muchos objetos y que le acompaña y protege eficazmente ante la ausencia de su madre. Es el primer símbolo del bebé: el mediador simbólico de la presencia materna durante su ausencia. El objeto transicional inaugura el espacio de la creatividad y de la experiencia cultural.

Los objetos son transicionales en tanto que implican una transición o un movimiento de presencia-ausencia (entre el adentro y el afuera, entre lo propio y lo ajeno, entre la satisfacción y la frustración, entre la unión y la separación, entre la completud y la incompletud). Lo transicional no alude tanto al objeto en sí sino al uso que el bebé hace de él. El uso del objeto transicional (ponerle nombre al peluche, abrazarlo o pegarle, etc.) implica un tránsito, una experiencia de apropiación. Permite tomar contacto, primero con la madre, y luego con el mundo. Es un signo de madurez.

El objeto transicional es un objeto impregnado de subjetividad; no es exterior ni interior, es una posesión: es <<la primera posesión no yo>> (de objetos distintos que yo). En la transicionalidad hay procesamiento simbólico; los objetos transicionales calman, protegen y dan seguridad al bebé, y le permiten ingresar en la cultura. Sobre el objeto transicional escribe: <<Un objeto tal hace las veces del bebé y de la madre al mismo tiempo. Es ambos, aunque no es ni uno ni la otra>> (23). Este objeto une y separa al bebé y su madre. Recrea la unión del bebé con la madre en su pérdida o separación, lo que permite tolerar la espera sin desesperación. La transicionalidad implica el modelo presencia-ausencia, sin anular las diferencias entre realidad-fantasía, entre propio-ajeno, etc., sino que más bien las atempera. Surge en momentos de soledad, abatimiento, desposesión, etc. Y posee una función tranquilizadora. No es un objeto externo ni un objeto interno, es un objeto que participa de ambos, de la realidad compartida, y al mismo tiempo es una creación del bebé ya que está investido por su ilusión. Es un objeto creado y hallado al mismo tiempo.

El objeto transicional surge en el marco de la teoría de las relaciones de objeto, pero, como expresa el propio autor, no es un nuevo objeto teórico, sino un objeto paradójico (ni externo ni interno: es una posesión), cuya dinámica lo sitúa entre el autoerotismo y las relaciones objetales. Winnicott crea este concepto con el que define una nueva tópica: la primera posesión del bebé como articulador primordial de la zona intermedia o espacio potencial entre lo subjetivo y lo objetivo. El objeto transicional es, además de central en su obra, un concepto clave en la teoría psicoanalítica.

La vida es invención - la vida es apercepción creadora

El vitalismo bergsoniano informa, sensu lato, la idea de la vida (y sus nociones de estar vivo o sentirse real) de Winnicott. Para Bergson la vida es duración; es más, <<la vida es invención>>. Lo que en Bergson es invención en Winnicott es creatividad.

En el libro La evolución creadora (1907), anticipatorio del psicoanalista inglés, Henri Bergson escribe: <<Continuidad de cambio, conservación del pasado en el presente, duración verdadera, el ser viviente parece pues compartir estos atributos con la conciencia. ¿Podemos ir más lejos y decir que la vida es invención, como lo es la actividad consciente, y creación incesante como ella?>> (24). Por su parte, en <<El concepto de individuo sano>> (1967), Winnicott se plantea una pregunta decisiva: <<¿Cuál es la finalidad de la vida? No necesito conocer la respuesta, pero podemos convenir en que se relaciona más con el hecho de ser que con el sexo>> (25). Tres años después, en la conferencia <<Vivir creativamente>> (1970) de El hogar como punto de partida, Winnicott dice: <<Cuando vivimos creativamente, usted y yo descubrimos que todo lo que hacemos refuerza el sentimiento de que estamos vivos, de que somos nosotros mismos>> (26). Y resalta –a partir de la noción de invención bergsoniana– la capacidad de sorprenderse uno a sí mismo.

En <<La creatividad y sus orígenes>> de Realidad y juego (1971), sobre la idea de creatividad, Winnicott comienza diciendo: <<Espero que el lector acepte una referencia general a la creatividad, que no permita que la palabra se pierda en la creación exitosa o aclamada, sin que la mantenga unida al significado correspondiente a una coloración de toda la actitud hacia la realidad exterior>>; y sigue: <<Lo que hace que el individuo sienta que la vida vale la pena de vivirse es, más que ninguna otra cosa, la apercepción creadora>> (27). Por apercepción creadora entiende una percepción cargada de subjetividad: <<Significa ver todas las cosas de un modo nuevo todo el tiempo>>. Y está en la base de la creatividad. Para este autor, apercibir es <<tener un intercambio significativo con el mundo>>. En consecuencia, para Winnicott existe un vínculo indisoluble entre ambas nociones: la creatividad y la vida.

En Winnicott la idea de la vida está asociada a la de la creatividad. El término creatividad –más allá de su carácter universal y de su consideración como un valor elevado– describe la construcción de la vida corriente, de una vida que merece la pena ser vivida. Vivir es ser creativo, y ser creativo supone estar vivo. La creatividad surge del verdadero self e impulsa al gesto espontáneo. Supone actuar movido por las propias motivaciones y no como reacción a impulsos o mecánicamente. La define así: <<La creatividad es, pues, el hacer que surge del ser>>. Por creatividad entiende la actividad básica de todo ser humano: la acción de crear (o mejor: de crearse a sí mismo), no la creación acabada. En su obra, el concepto de creatividad está asociado directamente a la idea de la creatividad primaria (esencial o corriente), al vivir creador, que diferencia de la creatividad artística (o sofisticada). En suma: se interesa por la capacidad creadora, que se expresa en la capacidad de jugar, que es la base del vivir y de la salud.

Winnicott diferencia entre creatividad normal y corriente y la creatividad artística. De la primera, no sin humor, dice: <<El plan del universo ofrece a todos la posibilidad de vivir creativamente. Vivir creativamente implica conservar algo personal, quizá secreto, que sea incuestionablemente uno mismo. A falta de otra cosa, pruebe con la respiración, algo que nadie puede hacer en su lugar. O tal vez usted es usted mismo cuando le escribe a su amiga o cuando manda cartas a The Times o a New Society, presumiblemente para que alguien las lea antes de tirarlas>> (28). De la segunda, en <<Seguridad>>, una charla emitida por la BBC el 18 de abril de 1960, sobre el artista creador, Winnicott comenta: <<Ellos hacen algo muy valioso por nosotros, porque crean constantemente nuevas formas y luego las quebrantan a fin de crear otras nuevas. Los artistas nos permiten seguir vivos cuando las experiencias de la vida real amenazan a menudo con destruir nuestro sentido de estar realmente vivos y de ser reales de un modo viviente. Entre todas las personas, los artistas son los que mejor nos recuerdan que la lucha entre nuestros impulsos y el sentido de seguridad (vitales ambos para nosotros) es eterna y se libra en el interior de cada uno de nosotros en tanto que sigamos con vida>> (29).

La idea de la vida (life) o la línea de la vida (the line of life), está en la base de toda la propuesta teórica de Winnicott. Para él, la clave de la vida reside en la capacidad de jugar, de situarse en un espacio transicional donde cobra expresión al gesto espontáneo. Y sostiene que el juego principal es el juego de la vida: sentirse real, estar vivo. Estas locuciones son otra forma de nombrar la vida y, como dice, la forma de <<dar vida a la Psicología>>. Lo vivo (alive), el estar vivo (aliveness), es un aspecto central en el pensamiento de Winnicott: implica la capacidad de sorprenderse uno a sí mismo en la experiencia de vivir. Lo vivo es el resultado de un adecuado desarrollo emocional, fruto de un ambiente facilitador o suficientemente bueno, que permite el despliegue del gesto espontáneo del niño. De la experiencia infantil de crear de nuevo, esto es, de crear el mundo, surge la capacidad de vivir creativamente del adulto. Para Winnicott, lo importante es estar vivo, lo que implica tener capacidad de jugar y de llevar una vida creativa. Estar vivo equivale a sentirse real. La vivacidad se opone a mortandad. Para Winnicott, <<la vida merece la pena ser vivida>>.

El ser - verdadero self

Winnicott concibe un punto de partida en la noción de ser a partir de la teoría del filósofo francés Henri Bergson, quien elabora una teoría de la evolución basada en la dimensión espiritual de la vida humana, donde el élan vital (la fuerza vital) impulsa el movimiento de la vida. Pero no se interesa tanto por su carácter existencial sino por su dinámica relacional de uno en relación con otro (la relación inaugural: la díada madre-bebé) y la dialéctica del ser con el hacer. El ser es primario y anterior al hacer, pero sin el hacer no hay existencia, vida. El ser en su sentido psicodinámico: como fundamento del self. El sentimiento de ser, de sentirse vivo y real, y la continuidad de ser facilitada por el ambiente, determinan el núcleo del verdadero self.

Apoyándose en la filosofía de Henri Bergson y su noción de élan vital (de fuerza o impulso vital) como motor de arranque del comienzo de la vida, desarrolla su teoría del verdadero self, cuyo corolario es el gesto espontáneo del individuo humano. Un gesto lúdico y creativo, en movimiento constante, que contribuye a estar vivo y sentirse real. En <<Deformación del yo en términos de un verdadero y un falso self>> (1960), señala que el motor del estar vivo es el verdadero self: <<El gesto espontáneo representa el verdadero self en acción. Solo el verdadero self es capaz de crear y de ser sentido como real>>; y agrega: <<Su papel se limita a juntar los detalles surgidos de la experiencia de estar vivo>> (30).

La continuidad existencial es el estado de sosiego y de estabilidad en el desarrollo emocional del bebé garantizado por el cuidado infantil o sostén materno. La continuidad del ser o continuidad existencial es un proceso evolutivo del desarrollo emocional que Winnicott destaca para señalar la transición del estado de ser primario al estado de Yo soy, esto es, el paso del ser al Yo soy. Un proceso que, presumiblemente, comienza con la disposición de la preocupación maternal primaria y se basa en la continuidad de la línea de la vida. Las funciones maternas generan un estado de confianza que permite la adecuada continuidad existencial del bebé.

La estabilidad ambiental facilita al bebé la continuidad del ser y su gesto espontáneo, y permite edificar el verdadero self. La madre suficientemente buena gradúa las fallas tolerables para el bebé y le preserva de estímulos indeseables, de intrusiones y rupturas en su continuidad existencial. De ahí que toda interferencia o ruptura en la relación entre la madre y el bebé constituye una distorsión temprana de la línea de la vida, una interrupción en su continuidad existencial. El espacio potencial otorga sentido y continuidad a la existencia. Y el gesto espontáneo es la expresión del sentimiento de continuidad existencial.

En <<La teoría de la relación paterno-filial>> (1960), Winnicott escribe: <<Con “el cuidado que recibe de su madre” toda criatura es capaz de tener una existencia personal, y así empieza la evolución de lo que podría denominarse una continuidad existencial. Partiendo de esta continuidad, el potencial heredado va desarrollándose hasta convertirse en una criatura individual. Si el cuidado materno no es lo bastante bueno, entonces la criatura no llega realmente a tener una existencia, ya que no hay ninguna continuidad existencial; en su lugar, su personalidad se edifica sobre una serie de reacciones provocadas por los conflictos ambientales>> (31).

Finalmente, apunta Bergson: <<Pero el espíritu humano no tiene nada que decir del camino que iba a ser recorrido, pues el camino ha sido creado conforme al acto que lo recorría, no siendo más que la dirección de este acto mismo. La evolución debe pues conllevar en todo momento una interpretación psicológica que, desde nuestro punto de vista, es su mejor explicación, pero esta explicación no tiene valor y aún significación más que en sentido retroactivo. Nunca la interpretación finalista, tal como nosotros la proponemos, deberá ser tomada como una anticipación sobre el porvenir. Es una cierta visión del pasado a la luz del presente>> (32). Un camino que transita y que a su vez se encarga de crear de nuevo (created anew) Winnicott.

En definitiva, cabe concluir que el mundo no existe, que hay que crearlo y recrearlo continuamente; y bien puede decirse que, in modo recto, existe una influencia directa y decisiva –mayor que la de ningún otro autor– en el pensamiento de Donald Winnicott.

Javier Lacruz Navas
Zaragoza, febrero de 2011

 

Notas

(1) Winnicott, Donald: <<Posfacio: D.W.W. sobre D.W.W.>> (1967). En: Exploraciones psicoanalíticas II, Buenos Aires, Paidós, 1991, pp. 335-36.
(2) Painceira, Alfredo J.: Clínica psicoanalítica a partir de la obra de Winnicott. Buenos Aires, Lumen, 1997, pp. 39-40.
(3) Bergson, Henri: La evolución creadora. Buenos Aires, Cactus, 2007, p. 13.
(4) Winnicott, Donald: Realidad y juego. Barcelona, Gedisa, 1979, p. 94.
(5) Winnicott, Donald: El hogar, nuestro punto de partida. Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 43.
(6) Winnicott, Donald: Realidad y juego. Barcelona, Gedisa, 1979, p. 93.
(7) Bergson, Henri: Essai sur les donnés inmédiates de la conscience, París,1889. En La evolución creadora. Buenos Aires, Cactus, 2007, p. 19.
(8) Morente, Manuel: La filosofía de Henri Bergson. Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1917, p. 59.
(9) Antón, Sara: <<D. Winnicott y H. Bergson: La pregunta de la vida>>. XIX Encuentro Latinoamericano sobre el Pensamiento de Winnicott. Diálogos Fundamentales: En la Intimidad de Winnicott. Santiago de Chile, noviembre de 2010. Sara Antón, de forma bien vista, traza la correspondencia entre el élan vital de Bergson y el gesto espontáneo de Winnicott, donde concluye: <<Me fue posible pensar que ambos conceptos: gesto espontáneo y élan vital postulados por los dos autores propuestos guardan estrecha relación, ya que aparecen siendo el sustento y origen de la existencia, fundamentalmente en lo que esta conlleva de creativo, de espontáneo y de libertad>>. Nota del autor: cuando nosotros estábamos ultimando este artículo tuvimos conocimiento del texto de Sara Antón, que nos hizo replantear la correspondencia entre esta dupla de conceptos –élan vital y gesto espontáneo–, por lo cual establecemos el preceptivo reconocimiento.
(10) Bergson, Henri: La evolución creadora. Buenos Aires, Cactus, 2007, p. 9.
(11) Winnicott, Donald: La naturaleza humana. Buenos Aires, Paidós, 2005, p. 24.
(12) Bergson, Henri: Dones inmédiates, p. 77. En Memoria y vida. Madrid, Alianza, 2004, p. 22.
(13) Bergson, Henri: La evolución creadora. Buenos Aires, Cactus, 2007, p. 27.
(14) Ibid., pp. 45-46.
(15) Winnicott, Donald: El gesto espontáneo. Barcelona, Paidós, 1990, p. 239.
(16) ) Bergson, Henri: La evolución creadora. Buenos Aires, Cactus, 2007, p. 60.
(17) Ibid., p. 60.
(18) Ibid., p. 70.
(19) Ibid., p. 31.
(20) Ibid., p. 30.
(21) Ibid., p. 63.
(22) Winnicott, Donald: El gesto espontáneo. Barcelona, Paidós, 1990, p. 47.
(23) Winnicott, Donald: Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires, Paidós, 1991, p. 338.
(24) Bergson, Henri: La evolución creadora. Buenos Aires, Cactus, 2007, p. 41.
(25) Winnicott, Donald: El hogar, nuestro punto de partida. Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 43.
(26) Ibid., p. 53.
(27) Winnicott, Donald: Realidad y juego. Barcelona, Gedisa, 1979, p. 93.
(28) Winnicott, Donald: El hogar, nuestro punto de partida. Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 53.
(29) Winnicott, Donald: Conversando con los padres. Barcelona, Paidós, 1993, p. 97.
(30) Winnicott, Donald: El proceso de maduración en el niño. Barcelona, Laia, 1981, p. 179.
(31) Ibid., p. 62.
(32) Bergson, Henri: La evolución creadora. Buenos Aires, Cactus, 2007, pp. 68-69.

Bibliografía

Antón, Sara: <<D. Winnicott y H. Bergson: La pregunta de la vida>>.
Bergson, Henri: <<El ensueño>>. En La energía espiritual. Madrid, Espasa-Calpe.
Bergson, Henri: Memoria y vida. Madrid, Alianza, 2004.
Bergson, Henri: La evolución creadora. Buenos Aires, Cactus, 2007.
Bergson, Henri: La risa. Madrid, Alianza, 2008.
Morente, Manuel: La filosofía de Henri Bergson. Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1917.
Painceira, Alfredo J.: Clínica psicoanalítica a partir de la obra de Winnicott. Buenos Aires, Lumen, 1997.
Winnicott, Donald: Realidad y juego. Barcelona, Gedisa, 1979.
Winnicott, D.: El proceso de maduración en el niño. Barcelona, Laia, 1981.
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Winnicott, Donald: Conversando con los padres. Barcelona, Paidós, 1993.
Winnicott, Donald: El hogar, nuestro punto de partida. Buenos Aires, Paidós, 2001.
Winnicott, Donald: La naturaleza humana. Buenos Aires, Paidós, 2005.